EL CABALLERO DEL ROSAL
(ENTRE EL AMOR Y

“El caballero del rosal, así me hacen llamar; tal vez por que las rosas que regalo a mis doncellas después de mis triunfantes guerras, sólo son una pequeña dádiva que demuestra el estado de mi alma. Aún ni el hálito más suave doblega mi corazón cuando estoy frente a mi enemigo y ni siquiera las súplicas de mi adversario me hacen ceder. Mi corazón se congeló, como cuando se congela la bella gota de agua, que toca delicadamente la hoja, pero al mismo tiempo, la destroza.
Nunca me importó el amor. Siempre supe que era una falsa ilusión, una falacia que te atrapa con sus besos, pero en realidad, se convierte en dolor para unos y en goce para otros.
Siendo caballero, me di cuenta que el hombre piensa en destruir y que su mundo ideal, era gobernar y someter.
Meditaba en esto cada noche, mientras vestía de gala a mi hermoso caballo. Deseaba la muerte para que acabara con este dolor que ahogaba mi cuerpo y mi espíritu, un dolor que se traducía en soledad.
Hasta que un día, mientras caminaba por la hierba del río de la aldea, encontré algo terrenal que parecía angelical. Dicha mujer de aspecto bruñido, pero con actitud reacia, iluminó mis ojos por unos segundos, los cuales desee que fueran por una eternidad.
Aceleré mi paso, pero con mucho desdén, me acerqué a ella y le regalé la típica dádiva que le solía dar a una doncella, pero lo único que recibí fue la rosa deshecha y sin vida en mi uniforme militar.
Observé sus ojos y parecían como si quisiera ahorcarme y arrojarme en la ribera cercana. Simplemente me alejé, pero ese acto nunca significó que me iba a dar por vencido tan fácilmente.
No podía dejar de pensar en ella; por ello, la asechaba segundo a segundo, minuto a minuto, día tras día, a cada instante. No me importaba si el cielo regara sus lágrimas sobre mí o que la luz del astro sol pintara de acuarelas en su lienzo fugaz; en esos atardeceres, yo la esperaba, pero ella nuca llegaba. Era como el extraordinario cóndor, que, después de crecer, nunca vuelve a su nido.
Mi esperanza se acababa. No tenía ya fuerzas para soportar su fría indiferencia, que me enamoraba y me mataba a la vez. Hasta que, por motivos del destino, recibí una carta suya diciendo:
“Oh amado mío, has sabido esperar. Aún ni en los momentos más difíciles me has dejado de amar. Por ello, te daré mi corazón, de la forma en la que tú menos esperas; búscame en la cabaña del bosque, allí te esperaré”…
TU AMADA
Sin pensarlo dos veces, monté mi hermosa bestia equina y arribé en aquel lugar.
Toqué la puerta de dicha casa rústica y ella abrió. Desde ese mismo instante, sentí que mi vida tenía sentido y que verdaderamente había luchado por un mundo que no fuera sólo sangre.
Esa noche, percibí mucho más que un simple cuerpo. Sentí cómo se muere estando en vida, mientras se unen dos entes, convirtiéndose en uno solo; sentí cómo mi existencia se acortaba, entre tal creación perfecta; esa noche entendí, que yo era para ella y ella era para mí.
Al día siguiente, desperté en el lecho que cualquier caballero había querido estar. No me avergonzaba amarla, ni me avergonzaba gritarle al mundo lo que sentía por ella.
Giré con al esperanza de tenerla a mi lado, pero ya no estaba.
Mi asombro fue tal, que no asentí en vestirme y en buscarla. Indagué, pero no la encontré.
En ese momento, llegó un soldado que rogaba mi presencia en una batalla contra oriente. Mi cuerpo se dirigía allí, pero mi mente buscaba a mi ángel.
Llegué al campo de batalla; preparé mi yelmo y mi espada de dos filos, para acabar con ello rápidamente. Miré al horizonte y vi a mi adversario también preparándose. Por un instante pensé que se me hacía familiar, pero, por razones guerreras actuaba por instinto, mas no por razón.
Mi enemigo y yo corrimos al centro; Luchábamos como animales imparables, mientras nuestras espadas intentaban rasgar nuestros cuerpos. Fui hábil y destrocé el yelmo que cubría su rostro.
Mis ojos se llenaron en llanto al ver que la mujer que amaba con tanto fervor, quería destruirme. Quité mi yelmo; los dos quedamos paralizados al vernos mutuamente; no podíamos atacarnos y aunque lo intentaremos, nuestras manos se negaban a hacerlo.
Veíamos, los dos, cómo nuestros soldados se asesinaban y que, como en toda guerra alguien debe ganar y alguien debía perder.
En ese lapso comprendí, que el mundo ideal que buscaba ya lo había encontrado. Un mundo donde los fines personales eran efímeros. Un mundo donde el sacrificarse por el otro, era amarle, así no estuviese presente. Un mundo donde el sentir va más allá del egoísmo. Un mundo donde yo quería decir un “te amo”.
No me importó quien estuviese o quien nos observara. Tomé sus labios y con su espada en sus manos traspasé mi vientre. El dolor era inefable, pero por fin mi espíritu mi alma y cuerpo, mi ser, mi vida entera, se la había dado a la mujer que hizo de mí, un caballero infalible.
Sus lágrimas caían sobre mi rostro, mientras me apagaba; y con el último beso apasionado, mi aliento de vida cesó.
Ahora aquella mujer me recuerda con cariño y sin rencor; y cada noche lo le cuido sus pasos y toco sus cabello, mientras le cuanta a nuestro hijo la historia de un caballero que vivió y murió amando a su doncella. Éste se llamaba, el caballero del rosal.
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